Con esta oleada de noticias sobre los escándalos de corrupción orquestadas y promovidas por servidores públicos y que de alguna manera hemos permitido en el sector privado por un lado, gobernantes locales carentes de formación y liderazgo e investigados hasta el cuello penal, disciplinaria y fiscalmente y sin resultados de impacto por el otro, sumado los comportamientos personales conducentes a obtener dinero fácil sin importar dónde, cómo y con quién toque hacerlo ni sus consecuencias , y ni qué decir, de la proliferación de problemas mentales originados por factores psicobiológicos, psicosociales y psicológicos que padecemos; lo cual, todos juntos nos tienen en un túnel sin salida en este país y departamento con altos índices de pobreza y extrema pobreza como nos lo refregaron por estos días. Esto me recuerda las palabras del Procurador General de la Nación en el recinto de la Asamblea hace unos pocos meses, quién nos advertía que si seguíamos con esa tendencia (especialmente de la corrupción), llegaríamos al caos y tendríamos que tomar otras acciones para que Colombia fuera viable. En ese momento, aún no dimensionamos el asunto. Sólo ahora que el Presidente tomó las riendas y sancionó la normativa anticorrupción, que asumió la promoción del respeto a la legalidad, al buen manejo de los recursos públicos, a un ejercicio de un liderazgo por regiones o provincias (Acto Legislativo sobre regalías) así lo haya recogido de otras campañas; nuevamente, la ética está en primer orden. Ello justifica que el propio Santos en el discurso de instalación del Congreso nos haya retado a que nos “enamoremos de la ética”. Pero, ¿cómo enamorarnos de algo que ya ni conocemos, sentimos y respiramos?, ¿acaso tiene mayor interés para la sociedad de hoy las buenas prácticas moralizantes?, ¿Son suficientes para vislumbrar un cambio los valores y principios de esta nueva generación de infantes digitales?, ¿de qué valores y principios nos hablan?, ¿cuántos años tomaría cambiar hacia una cultura de valores propios de esta época?, ¿a quién le correspondería esa cátedra o proeza para inculcar dosis o inyecciones de principios o valores?, ¿qué hacer con los contaminados?. En esta tarea, debemos dar pasos de tsunami no sólo padres de familia y docentes, sino todos, aún más, quiénes tenemos la responsabilidad de comunicar nuestras ideas en medios de comunicación.
Columna Publicada en el día de hoy en el Diario la Nación
Entradas
