Columna publicada en el Diario la Nación el 07/07/2021
El domingo
anterior se cumplieron 30 años de haberse promulgado la Constitución Política
de Colombia. Un hecho, que nos marcó la vida a quienes en 1990 y 1991 habíamos
cumplido los 18 años. Pero también, a quienes nos motivamos previamente en la
gesta de lo que significó la séptima papeleta y que concluyó con esta Carta
Fundamental de 1991. En ese instante, era estudiante del grado once del
glorioso Colegio Nacional Simón Bolívar de Garzón. No me involucré en este
movimiento estudiantil por que me hayan indicado los profesores, ni compañeros
estudiantes. Terminé vinculado porque me interesé por lo temas políticos. En
ese momento, se gestaba la candidatura al Senado de Carlos Corsi Otálora, por
el movimiento Laicos Católicos por Colombia. Una alternativa diferente en esa
época para quienes no nos sentíamos identificamos ni con las órdenes ni con el
equipo que conformaban José Antonio Gómez Hermida, Julio Enrique Ortiz Cuenda,
y menos con Cesar Ucros Barros. En Garzón, también se procedió a votar por la
séptima papeleta por algunos jóvenes, que sí bien no montamos una organización
para el tema, no habíamos coordinado con los de otras regiones ni ciudades, pero
por el voz a voz allegado, sentíamos la necesidad de ser parte de un verdadero
cambio. No lo dudamos en reclamar la fotocopia de esa denominada séptima
papeleta y depositarla junto a los otros tarjetones en nuestro ejercicio de
voto ante la registraduría. Este es un sello que nos identifica. Que nos hace
sentir orgullosos de nuestra participación en este hecho histórico de nuestra
vida constitucional. Desde ese instante, no le perdimos de vista a todo el
proceso para la selección de los dignatarios a la Asamblea Nacional
Constituyente, su conformación y luego discusión de los temas hasta producirse
el articulado de la Constitución Política, así como su posterior pedagogía para
entenderla. Luego, ingresé a estudiar Derecho en la Universidad la Gran
Colombia en Bogotá en 1992. Precisamente, el plato fuerte de la carrera, estaba
en estudiar toda la nueva institucionalidad creada por la Constitución Política
y las comparaciones con la Constitución de 1886 que había agonizado. Con
fervor, los magistrados de la naciente Corte Constitucional como Antonio
Barrera Carbonell, Vladimiro Naranjo Mesa y Carlos Gaviria Diaz contribuyeron
en el fortalecimiento del área del derecho constitucional para entender lo que
ocurría. El estar presentes en esa coyuntura, no ha permitido que nos
desliguemos de lo que ha pasado con la Carta fundamental en estos 30 años.
Lamentablemente, su esencia, no se ha desarrollado aún. Por el contrario, con
las reformas realizadas a través de Actos legislativos, el Acuerdo de Paz
incorporado y sus más de 2000 leyes expedidas, han oscurecido su panorama y han
impedido cumplir su propósito de Estado Social de Derecho instaurado (al menos
en el texto constitucional). Tanto, que ahora repetimos como loras, que lo que
se debe cambiar es el modelo económico. Que esa Constitución fue creada para un
modelo económico diferente con el que se tiene. Ojalá Chile, no repita lo de
Colombia, cuando, casualmente acaban de instalar su convención Constitucional.
También, que el movimiento que persiste con posterioridad al paro nacional de
Colombia, no baje la guardia frente a la exigencia del respeto de la
Constitución. Sin embargo, sería bueno recordar por qué la Constitución de
Estados Unidos es tan corta, sin tantas modificaciones. Igualmente, cómo
funcionan Inglaterra, Nueva Zelanda, San Marino e Israel, que no tienen
constitución. O los casos especiales de
Canadá, Libia y Omán. 30 años, son 30 años. Viva la Constitución de 1991.
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