Columna publicada en el Diario la Nación el 29/04/2020
Definitivamente en estos momentos estamos revaluando todo.
Hasta la educación, que por más de dos siglos se ha impartido en nuestro país. Incluido,
por supuesto, el rol de los docentes. En especial, los del magisterio. Por eso
comparto, en parte, los planteamientos de Francisco Cajiao en su última columna
de esta semana en El tiempo; “lo que más
se aprenderá en estos tiempos raros no será la matemática, la gramática o el
inglés, sino la manera de salir adelante juntos, superando un reto de
supervivencia planetaria”. Muchas cosas deben reflexionarse y replantearse.
Aprovechar los docentes, que hoy están mejor formados para ello. Pues no pertenecen
a esos primeros docentes mendigos-no bien pagos (1811), que luego se formaron
33 años después en las normales hasta llegar al escalafón que tienen y que los
convirtió en un vehículo por donde ingresan los distintos modelos a la
sociedad. Los otros son la iglesia y la familia. Estamos en el momento de
volver a cuestionar tanto las dos maneras de ver la educación (desde la conducta y la acción), como de las dos
formas de ver el sentido de la
educación (como explicación y comprensión), al igual que las dos maneras de ver
el ser en la educación (lo que se
debe ser-lo que es) entendiendo que la persona se asume desde el tiempo (kronos-kairos),
el espacio (noumeno-fenómeno) y el cuerpo (placer-dolor). También, de las
maneras de entrarle al proceso de educación. Es decir, la educación vista como
una acción cuyo sentido es la comprensión de lo que se es y de la explicación
de su conducta, desde un tiempo o realidad, una espacialidad y una corporeidad
qué al fin y al cabo, deviene en la relación que se establece entre el que
enseña y aprende (relación interpersonal) o la alteridad. En otras palabras, bienvenidos al regreso de
la teoría crítica al proceso de la
educación que en unas décadas nos deleitaron y nos hicieron soñar con una
educación libre con los argumentos de Habbermas y sus seguidores o
contradictores, Pablo Freire, Noan Chonski, Gianni Vattimo; sin descartar a
Horkheimer, Benjamin, Adorno, Marcuse y, Fromm que cuestionaron el rol de los
ilustrados versus maestros de la sospecha. Como no recordar esas discusiones en
relación a: razón-lógica-corazón, deber-ética-placer y orden-estética-caos.
Arriba en la versión actual, ese debate de la modernidad versus posmodernidad y
de la perspectiva del mundo de la vida (objetivo-subjetivo-intersubjetivo). Como
tampoco a Kant, Hobbes, Locke, Rosseau y Hume en el iluminismo y la ilustración
cuando discernían sobre el futuro y su relación con el progreso, la cultura y
la civilización. Es urgente seguir debatiendo sobre la educación como acción,
proceso, intención y formación. Entre otras, de la educación tradicional
(marcada por la tecnología en el proceso de enseñanza-profesor) hacia una
significatividad epistemológica. O al otro extremo, expontaneista (centrada en
el aprendizaje-alumno) bajo una significatividad psicológica que conduzcan a una
educación constructivista bajo una significatividad didáctica. En esta
dialéctica, no se puede dejar por fuera el rol del maestro que sugiere,
insinúa, da pistas, conversa, examina, medita, propicia, abre espacios y,
pregunta; pero que no da respuestas. Todo esto es lo propio de una educación
crítica. Nada más vigente. Y lo es más, en esta coyuntura del Covid o postcovid,
para reforzar que la educación por competencias (competencias genéricas y
educación integral entre el ser, el saber y el hacer), es a la que le debemos
apuntar. Que viva la educación libre. ¿Estamos preparados?.