Columna publicada en el Diario la Nación el 02/02/202
Los padres
de familia y sociedad en general esperan de las instituciones educativas, detalles
sobre lo que ha significado el regreso a la presencialidad de sus hijos. Estos
no han podido saber qué ocurre o ha ocurrido al interior de los muros de la
escuela en el reencuentro de cientos y miles de estudiantes que durante casi
dos años estuvieron en cuarentena, distanciamiento social, aislados o en
confinamiento, con mascarillas, limitación de número de personas en encuentros
sociales y, con una pérdida de rutinas de la normalidad acostumbrada que
dejaron o causaron secuelas en todos, particularmente en los niños. ¿Qué ha
sucedido con sus hijos?, ¿cómo se han comportado?, ¿qué miedos, inseguridades,
dificultades de relacionarse, forma de hablar, concentración, receptividad con
los maestros, aprovechamiento de los espacios de descanso y de lugar?, entre
otros aspectos vivenciados en estos días. Cada niño, es un mundo y una
realidad. Como en una novela. Hay expectativa, también intriga. El niño no ha
dado todas las respuestas. Interrogantes precisos de padres: ¿cómo les fue?, ¿qué
hicieron?, ¿qué ocurrió?, ¿cómo se sintió?, ¿qué dijeron los profesores?, ¿cómo
observó a los profesores?, ¿está cambiada la escuela?, etc. Púes bien, con la
mirada interna de un docente transmito a esos padres algunas impresiones de lo
sucedido. Durante dos semanas, los docentes entrenamos y revisamos los mínimos
detalles para este regreso. Es bueno manifestar que también, en los docentes
había y persiste la ansiedad. En el ingreso de los niños, se sintió temor,
nervios, inseguridad. No se sentían en el lugar, era desconocido, no sabían dónde
sentarse o hacerse o con quién, o si se podían juntar. Para lograr la atención
en sus primeras horas, se hicieron eventos apoyados por otras instituciones,
psicólogos, orientadores escolares, actividades físicas, acompañamiento de
asesores de grupo, unidades diagnósticas para tener una idea del aprendizaje en
virtualidad, ejercicios de mapas de empatía, revisión con el medidor emocional,
chequeo al violentómetro, entre otras estrategias con el fin de evidenciar factores
o síntomas de ansiedad, estrés, tristeza, depresión, síndrome de pensamiento
acelerado e incluso ira. Desde luego, que ya en los grupos con los profesores
en sus aulas se percibe unos niños más impactados que otros. No hablan duro, se
observa miedo a presentarse, inseguridad en su personalidad, requieren
aprobación. Es decir, bajo el tapabocas pareciera aún esconderse todo. En los
pocos días de encuentro, todavía falta tiempo para que los niños jueguen, y así
puedan socializar, rivalizar y convivir con resiliencia, tener mayor contacto
con el espacio natural, además de conectar emocionalmente. Somos conscientes
como docentes que el desarrollo metacognitivo en los niños ha sufrido un
cortocircuito. Esta es una de las razones por la que trabajaremos en nuestro
ejercicio docente durante los próximos meses en un énfasis de apoyo emocional a
fin de frenar situaciones que empeoren la salud mental de nuestros niños, que
de por sí, ya está comprometida. Una especie de adaptación. Hay que recordar,
que todavía bajo el tapabocas, aún se escudan cientos de cosas. Dos años así,
no se normalizan en otros dos años fácilmente. El trabajo apenas comienza. La
salud mental será una prioridad. La educación positiva y la felicidad: la meta.