Es hora de realizar reflexiones en todas las áreas de la
vida sobre lo que ha impactado o representará para nuestra existencia o de la
humanidad (o de la sociedad) esta emergencia sanitaria. “Ya no sé si es hoy, ayer o mañana”, como mensaje divulgado en redes
sociales, sirve de preámbulo a lo planteado por Edgar Morín (El País, 2020)
sobre la desaceleración que cada uno de nosotros hemos tenido que adaptar en
cuanto al ritmo cotidiano que ya no es cronometrado y jalonado como lo era
antes. Así mismo, el hecho que debemos reapropiarnos del tiempo vivido (el
interior) y el tiempo cronometrado (el exterior), reconquistando el primero
como desafío político, pero también ético y existencial. Cómo estamos
desacelerados, es pertinente cuestionarnos, como lo hiciera Henri-Lois Bergson
(1859-1941), evocado por Morín- sobre el concepto del tiempo y, las dos formas
de durar los seres en el tiempo (tiempo homogéneo y heterogéneo). Algunos, por
estos días, habrán percatado la lentitud, rapidez o estancamiento del tiempo,
según sus labores. Esta reflexión no ha parado a lo largo de la historia. Mucho
menos ahora. Desde los inicios de la filosofía en Grecia, Heráclito con su
concepto del devenir, indicó que todo fluye, cambia, se transforma y está
sujeto a un cambio. En la filosofía antigua, fue Aristóteles quien formalizó que
hay un antes y un después, es decir, se puede medir el tiempo al fragmentarlo
en sucesos que sucedieron o que sucederán. San Agustín percibió el tiempo como
una medida interna que se relaciona directamente con el alma. Para Immanuel
Kant, desde la filosofía moderna afirmó que el tiempo es una forma de intuición
a priori (no es ni absoluto, ni relativo), es una forma anterior a cualquier experiencia,
a la sensibilidad en sí misma. Bergson, al respecto generó una disertación
prolífica al insertar en esta discusión una metafísica del tiempo y lo concibió
de dos formas: como tiempo real o verdadero, duración interna que fluye
desprovista de toda medida (tiempo heterogéneo) y otra, un tiempo falso o
espacializado o duración exterior del mundo de las cosas que no se integra a su
realidad (tiempo homogéneo). Esto es, la concepción de duración como objeto
puro de intuición, como dualidad, está a modo de devenir, es invención, cambio,
transformación, elaboración constante de lo absolutamente nuevo. Así las cosas,
el tiempo no es una realidad material. Hay que considerar que para captar la
duración real se debe utilizar la intuición en vez del pensamiento y concebir
el tiempo puro antes que el homogéneo. El tiempo real y el tiempo material son
necesarios porque por medio de ellos tienen lugar en un solo y mismo tiempo los
cambios más o menos auténticos a los que asistimos en nosotros mismos y el mundo
exterior. Hay que comprender que la dimensión del tiempo es un horizonte
inalcanzable para la mente humana, este es el fundamento de toda realidad, sólo
podemos analizar su desenvolvimiento por medio de la duración. Hay que
despertar por medio de una meditación filosófica que integre a la intuición y
el razonamiento para de esta forma descubrir que la duración real habita en lo
profundo de nuestro interior y esta es una herramienta esencial que posibilita
la comprensión del ser humano y la eternidad (Araujo, M.A., 2018). Cuánto nos
hace falta este tipo de meditaciones en estos momentos. Que viva nuestro tiempo
heterogéneo en el nuevo tipo de sociedad a surgir.
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