Ante el vil asesinato de Karina García, candidata a la Alcaldía del municipio de Suárez
(Cauca) – y cinco de sus acompañantes, incluida su señora madre, en un hecho
donde desconocidos interceptaron con múltiples disparos el vehículo en el que
se desplazaban y, que éste, posteriormente fuera incinerado; no deja de ser un
caso cualquiera o común y corriente. La gravedad del mismo, especialmente en
esta época de contienda electoral nos pone nuevamente en el retrovisor de los umbrales
de lo que significa un conflicto, del que se supone, habíamos superado. Esto no
es aislado. Es necesario, que todos los colombianos nos manifestemos para
rechazar de manera contundente estas flagrantes violaciones a los derechos
humanos, que alteran el orden público, la tranquilidad, y trae a la zozobra, no
sólo del municipio donde ocurrieron, sino en todo Colombia. En donde quedan las
medidas de seguridad adoptadas por el Estado con los candidatos. Que tan
efectivo ha sido el Plan de Atención y Prevención a los líderes sociales, así
como las acciones a las alertas tempranas sobre los riesgos que corren los
diferentes candidatos, particularmente de las zonas donde el conflicto
tradicionalmente se enraizó. A los responsables debe caerles todo el peso de la
Ley. Llámense como se llamen, respondan al grupo que respondan. Pero no nos
debemos dejar arrebatar la tranquilidad que hemos ganado y nos merecemos. No se
puede acallar de ninguna manera los planteamientos de candidato alguno, tampoco
las exigencias colectivas
que representan líderes y lideresas de organizaciones campesinas, indígenas
y afrodescendientes, así como líderes que apoyaron y siguen creyendo en el
Acuerdo de paz, ni de las organizaciones de derechos humanos que hoy exigen conjuntamente
la adecuada implementación del mismo. Ese panorama que observamos de la
conformación de un nuevo grupo armado ilegal, asociado a otro de las mismas
connotaciones para desafiar la instituticionalidad y, que luego siga cometiendo
hechos como los de Karina, en pleno auge de la segunda década del siglo XXI,
además de otras prácticas nefastas en contra de la población, ya no tiene
cabida. Es más, no debe tener ni siquiera respaldo ideológico. Lo que se
percibe es un interés conjunto por delinquir a futuro. Ni siquiera se le ve un
asombro de cimiento como para ensalzar a una nueva corriente de jóvenes o
personas que sueñen con algún ideal, con el que ya no cuentan. Por donde se
mire, piense o reflexione, no tiene sentido un nuevo accionar armado. El país,
ya no está en los años 70s. Todos estamos metidos es en la sociedad del
conocimiento (IV Revolución). Ni siquiera los que dejaron las armas, en su gran
mayoría. Algunos de ellos manifiestan: “antes lo pensábamos para ir a la
ciudad. Ahora que lo logramos, lo repensaremos para regresar al monte”. Así que
mejor apostarle al futuro. La guerra no es el futuro. Los casos como el de
Karina, no es el futuro. Es una vergüenza mundial. Merece todo el repudio
ciudadano. No debemos callar. Colombia merece seguir por el sendero de la
pacificación. Incluso, desde nuestros corazones.
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