Columna publicada en el Diario la Nación el 17/03/2021
A un año de la
Directiva Presidencial No. 2, el Decreto No. 417 “por el cual se declara un
Estado de Emergencia Económica, Social y Ecológica en todo el territorio
nacional” y, el Decreto No. 457 “por el cual se imparten instrucciones en
virtud de la emergencia sanitaria generada por la pandemia del coronavirus
Covid-19 y el mantenimiento del orden público”, que ordenó el aislamiento
preventivo; las reflexiones, balances, pérdidas, adaptaciones y cambios a nivel
personal, laboral y familiar son profundos. Definitivamente, lo único claro, es
que nada será igual. Esta crisis, nos enfrentó a otros retos que debemos
soportar con resiliencia. En mi caso personal, unos meses antes de iniciarse la
pandemia, ya transitaba por una dificultad debido a un grave accidente de
tránsito que me confrontó los sentimientos y de la que es complejo y tortuoso
seguir, como si nada hubiese ocurrido. No imagino entonces, el drama de los
familiares de los más de 50.000 personas fallecidas por Covid. Tampoco, de los
que perdieron el empleo y sus afectaciones posteriores. Del padecimiento o del
proceso de recuperación de quienes fueron positivos del virus. De los diversos
factores presentados en el seno de los hogares por el aislamiento o
distanciamiento social. Aspectos a los que no podemos ser indiferentes,
especialmente de quienes menos hayamos sentido las consecuencias antes
indicadas. Como experiencia, en este aislamiento o distanciamiento, debí cumplir
otras tareas con más intensidad. Cómo no dimensionar 7 equipos conectados en
casa para teletrabajo (3 portátiles y 5 smartphone, sumado al televisor, equipo
de sonido y el Wifi sin apagar). Día y noche escuchando las conferencias de mi
esposa, sus reuniones de trabajo y lo que expresaban sus interlocutores en
temas de educación. Por mi lado, clases programadas con estudiantes en diversos
horarios, reuniones de procesos de investigación y académica, otras de carácter
administrativas, entre docentes, asesoría a estudiantes, sumado a las clases
que como estudiante se cumplen (más educación). Y por si quería recreo, las
clases de mis tres (3) hijos menores de edad alternando en horarios o de manera
simultánea en sus colegios y, entre todos, escuchándonos los unos a los otros.
Una odisea completa. Muchos aprendizajes en doble vía: los hijos escuchando
compromisos de padres; padres lo de los hijos, los padres mutuamente. Sin
tiempo para desperdiciar. Podría decir, que todo el mundo invadió nuestro hogar
y, nosotros también el de otros. Un año. Afortunadamente, sin percances de
salud. Ni una gripa. No visitamos ni la EPS por fortuna. Eso sí. Como nunca,
diálogo en casa. Más unión. Se fortaleció la lectura de la palabra de Dios
todas las noches (lecturas del día). Aprendí que el secreto para mantener,
conservar, cuidar y fortalecer la familia nos lo proporciona la Santa Biblia.
Lejos de padecer una tragedia, el tiempo en familia fue el mejor regalo de este
año convulsionado. Para nada nos hizo falta escapar o violar protocolos. Cumplimos
nuestros deberos como buenos ciudadanos. Gracias a Dios por permitirnos un
minuto más de vida en esta adversidad. El rescate de la familia tiene que ser
el aprendizaje y la ganancia para continuar hacia un mundo mejor o nueva
normalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario