Columna publicada en el Diario la Nación el 13/04/2022
Los medios de comunicación no le dieron mayor
despliegue a la promulgación de la nueva Constitución apostólica - Praedicate Evangelium, efectuada por el
Papa Francisco, el pasado día de San José. Se limitaron a expresar de manera
somera, los cambios que tendrá la iglesia a nivel de organigrama de la Curia
romana. Particularmente, no había estudiado Constitución alguna de la Ciudad
Estado del Vaticano. Oportuno en esta semana santa, analizar con detenimiento
el preámbulo de esta nueva carta fundamental de la iglesia, pues consolida la
tarea fundamental que se tiene en el proceso de evangelizar a un mundo en
crisis espiritual. No sin antes indicar que esa necesidad de la Curia de
reformarse internamente tiene sus frutos desde el siglo
XVI, con la Constitución Apostólica Immensa aeterni Dei de
Sixto V (1588). En el siglo XX, tuvo lugar con la Constitución Apostólica Sapienti
Consilio de Pío X (1908). En el Concilio Vaticano II, Pablo VI, con
la Constitución Apostólica Regimini Ecclesiae universae (1967)
y, el carismático Papa Juan Pablo II, nos heredó la Constitución
Apostólica Bono Pastor (1988). Transcurrieron 34 años, para
que nuevamente se contara con una Constitución ajustada a estos tiempos que
persigue armonizar mejor el ejercicio del servicio de hoy. Cómo no traer al pie
de la letra el preámbulo, que constituye la esencia de toda norma de normas o
carta fundamental, en este caso para la iglesia en el mundo de hoy. Expresa que
en Predicar evangelium (cf. Mc 16,15; Mt 10,7-8),
está la tarea que el Señor Jesús encomendó a sus discípulos. Este mandato
constituye “el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada
hombre y a toda la humanidad en el mundo de hoy”. A esto fue llamada:
a anunciar el Evangelio del Hijo de Dios, Cristo Señor, y con él suscitar la
escucha de la fe en todos los pueblos (cf. Rm 1, 1-5; Gal 3,
5). La Iglesia cumple su mandato sobre todo cuando da testimonio, de
palabra y obra, de la misericordia que ella misma recibió
gratuitamente. Nuestro Señor y Maestro nos dejó ejemplo de esto cuando
lavó los pies a sus discípulos y dijo que seremos bienaventurados si también
nosotros hacemos esto (cf. Jn 13, 15-17). De este modo “La
comunidad evangelizadora se pone con obras y gestos en la vida cotidiana de los
demás, acorta las distancias, se rebaja a la humillación si es necesario, y
asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”. Al
hacerlo, el pueblo de Dios cumple el mandato del Señor, que al pedir anunciar
el Evangelio, nos insta a cuidar de los hermanos y hermanas más débiles, más
enfermos y más sufridos. Este espacio no alcanza para dar a conocer la "conversión
misionera" de la Iglesia, la cual está destinado a renovarla
según la imagen de la misma misión de amor de Cristo en el sentido que sus
discípulos y discípulas, por tanto, están llamados a ser "luz del
mundo" ( Mt 5,14) y tampoco, el porqué de la
iglesia como misterio de comunión cuya finalidad es "dar a conocer y
vivir a todos la "nueva" comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre
ha entrado en la historia del mundo". Corresponde en todos los
escenarios e instituciones realizar pedagogía sobre esta nueva y maravillosa
carta de navegación del mundo católico.
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