Al posesionarse como fiscal general, Néstor Humberto
Martínez expresó que su principal tarea sería combatir la corrupción mediante
el plan Bolsillos de Cristal, como su gran prioridad. Lo mismo predicó Juan
Manuel Santos en su campaña presidencial y sus contendores Clara López, Enrique
Peñaloza, Martha Lucía Ramírez y Oscar Iván Zuluaga. En las regiones para
alcaldías y gobernaciones fue igual discurso. Hasta las leyes 1474/11 (estatuto
anticorrupción) y 1778/16 (soborno transnacional) modificaron situaciones
penales, disciplinarias y fiscales para incrementar penas, sanciones, multas e
inhabilidades a servidores públicos y particulares que se apropiaran de
recursos públicos. Esto no impactó ni disminuyó este flagelo, cáncer, fenómeno
o enfermedad. Al contrario, la captura del Director de la Unidad Anticorrupción
de la Fiscalía, sumado al sin número de casos que han promovido con bombos y
platillos, nos indica que la situación sigue de mal en peor. Es decir, la
corrupción en Colombia ya hizo metástasis. Pero cómo no vamos a llegar hasta
este punto, si ya se ha expresado en otras columnas, que lo que tenemos es una
comunidad que ya ni se inmuta por estos casos, por lo hipócritas que somos.
Estamos en la gran sociedad de la malicia indígena donde al individuo que más
admiramos, desafortunadamente es aquel que es y ha sido facilista, el que se gana una beca y no
quiere estudiar, el que jamás coge un libro y se saca cinco en sus
calificaciones, el que consigue las cosas a costa de tirársela de vivo con los
demás, el que paga para que le hagan las cosas, el que se gana la lotería, el
que vive del bobo, el que tiene amistadas y trafica con ellas, el que tiene una
ventaja posicional a nosotros así conozcamos su pasado negro, el que no declara
renta, el que no se deja robar del Estado, el que no presta el servicio
militar, entre otras cosas. A ese personaje es el que patéticamente nosotros
endiosamos en Colombia y al que se le pueden perdonar ciertas actitudes, incluso
antisociales. ¿Esas conductas descritas se
sancionan socialmente?. No. No se sancionan socialmente. Es más, todo lo
contrario, son unos antivalores que tenemos como los grandes pilares en nuestra
sociedad. Resulta entonces, que a este individuo es el más admirado por ser el
más vivo o el más inteligente. Entonces, surge el patrón de comportamiento en
el entendido que como todo el mundo hace eso yo tampoco cumplo mis deberes
mínimos. Sobre esos antivalores se ha construido nuestro imaginario colectivo. Luego,
hipócritamente decimos: es que la corrupción es algo indefinido, allá
inconcreto y yo no sé en qué momento los otros se volvieron corruptos. Sin
embargo, Pérez soy yo, Aurelio puedo ser yo, el corrupto puedo ser yo,
cualquiera de nosotros puede llegar a un acto de corrupción. ¿Cuál Plan?.
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