Desde la infancia, siempre admiré la pasión y emoción con
la que algunos profesores (muy pocos) desarrollaban con gran esfuerzo su labor
metodológica, didáctica y pedagógica en el aula para garantizar un verdadero
aprendizaje de los estudiantes. Entendí, que el profesor que trabajaba con su inteligencia
emocional al techo, era quién mejor desarrollaba su tarea y, contribuía no sólo
en despertar el interés de quienes estábamos allí para aprender, sino qué
gracias a esta facultad, respondíamos a los compromisos con mayor
decisión. En mi paso por el colegio y,
posteriormente en la universidad, no perdí de vista esta admiración. Es de
advertir que no había recibido algún curso de formación sobre inteligencia
emocional, ni mucho menos de innovación educativa, ni conocía otras
herramientas o disciplinas sobre el particular, dada mi calidad de simple
estudiante. Tiempo después, ya en mi ejercicio de docencia, comprendí que un
profesor, sí deseaba llegar a sus estudiantes, no sólo le era indispensable
conocer todo lo que implica la teoría tri-cerebral, neurociencias, programación
neurolingüística, emprendimiento, innovación, inteligencia emocional, entre
otras competencias, sino que debía ponerlo en acción para lograr la atención e
interés de los estudiantes en su proceso de formación. No obstante, lo que uno
observa en la actualidad, es a un alto porcentaje de educadores que no le
prestan atención al asunto y tampoco se entrenan en ello. Por eso, los
comentarios de los chicos de hoy en cuanto que tal o aquel profesor es aburrido,
no es innovador, está muy viejo, da pereza entrar a su clase, no quisiera pasar
horas y horas con él o ella, fastidia mucho, etc. Máxime, en estos tiempos
cuando tenemos niños(as), adolescentes y jóvenes desconcertados, irritables,
inquietos, con bajo umbral de frustración, con el síndrome del pensamiento
acelerado, que los pone, no el plano de los buenos estudiantes, sino de los que
tienen problema. Es aquí donde surge el reto que plantea Augusto Cury, promotor
de la teoría de la inteligencia multifocal (aquella que estudia la naturaleza,
tipos, límites, procesos y dinámicas de la construcción y mantenimiento de los
pensamientos) para que los planes de estudio se transformen y den paso a los
educadores de la emoción, cuyo fin sea formar estudiantes pensadores, con
conciencia crítica, líderes de sí mismos, con plena autonomía y no meros
repetidores de información. En otras palabras, este autor le está gritando en
silencio a todo el sistema educativo para que continuemos nuestro proceso de
enseñanza, pero donde el estudiante aprenda herramientas básicas desde la más
tierna infancia en ¿cómo filtrar los estímulos estresantes?, ¿cómo proteger la
emoción?, ¿cómo administrar sus pensamientos, el papel de la memoria y la
formación de pensadores?, ¿cómo pensar antes de reaccionar?, ¿cómo ser
resiliente?, ¿cómo cimentar el yo como administrador psíquico? y, ¿cómo aliviar
las tareas del yo?; que por no saberlo, está en jaque gran parte de la
población traducido en problemas de salud física, mental y de aprendizaje y,
cuya aceleración se produce por el exceso de estimulación en el uso de
tecnología, juegos, actividades, información, etc. Es urgente educar para
entrenar el YO desde la emoción. Sentencia: ¿De qué sirve una máquina de
trabajar si perdemos a las personas que más amamos, sino tenemos una existencia
tranquila, encantadora y motivadora?.
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