Al escuchar recientemente al personero de Neiva en un medio de
comunicación radial, después de haber asistido a un consejo de seguridad y en
el que reclamó si era cierto o no que el alcalde había pedido la cabeza del
comandante de la policía; hizo que recordara lo planteado en un reciente texto
titulado: “Breve tratado sobre la estupidez humana ( Castillo Moreno, R. 2018)
en el que trae a colación el principio de Halon y manifiesta que hace más daño
la estupidez que la maldad porque es más fácil luchar contra la segunda (porque
actúa con una cierta lógica) que contra la primera (que carece de ella). Explica
que si pudiéramos suprimir la maldad, el mundo sería un poco mejor. Pero si
pudiéramos suprimir la estupidez, el mundo sería muchísimo mejor. El principio de Halon advierte que no debemos atribuir a la
maldad lo que proviene y puede ser explicado por la estupidez. Una estupidez
que ha acompañado al ser humano en todo su devenir pero que hoy parece haber
sentado sus bases con mayor preeminencia, impulsada por fenómenos como el de la
posverdad y el miedo a ser tildado de políticamente incorrecto con los
problemas que esto podría ocasionarnos. Por eso, aunque lo políticamente
correcto nos parezca muchas veces estúpido, absurdo -aunque, claro,
generalmente un absurdo interesado-, optamos por el silencio (prólogo). Afirma,
que las
personas inteligentes pueden defender sin dejar por ello de serlo y tienen en
cuenta los siglos de reflexión, avances científicos y el pensamiento actual no
puede prescindir de esta larga tradición. Y recalca que los tontos no la tienen
en cuenta y suelen optar por dos salidas: o apuntan a la última moda filosófica
o se aferran a sus posiciones de siempre sin admitir ninguna rectificación. Es
contrario de aquello que hacen los sabios. Pues estos dudan, nunca están
satisfechos con lo que ya saben, y el apego a la razón les dice que siempre
deben seguir aprendiendo. Y en contraposición explica la clasificación de los tontos,
idiotas y necios que nos rodean. Todos tenemos algo de tontos, idiotas y necios.
Los hay a medias, a ratos, medio-medio, para una cosa y no para otra. Pero está
el de solemnidad, de tiempo completo, el que no abre la boca sino es para
soltar una necedad, el que no hay por dónde cogerlo. Mientras que los
inteligentes tienen ideas, cambian de ideas, argumentan porqué cambian de ideas.
Los otros, resuelven su carencia con la falta de ideas propias. La estupidez se desarrolla alimentándose de su propia
sustancia, y por eso ante ella nunca se ha de callar. Nadie está libre de decir
estupideces, lo malo es decirlas con énfasis. Y así cunden más hasta el punto
de que no hay necedad que no consiga hacerse un lugar, ni despropósito que no
encuentre su asiento, ni estupidez que no obtenga partidarios. La estupidez es amnésica,
y propicia lo intelectualmente fácil, lo personalmente cómodo, lo socialmente
inútil. Este autor nos da unas recetas sensatas y sabias para disminuir los
males que causa la estupidez humana. ¿Tendremos la disposición?. Es urgente.
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