Columna publicada en el Diario la Nación el 19/09/22
heterogeneidad étnica), es el denominado periodo del deseo civilizador
entre 1849-1876. Incluso, suele indicarse por parte de los investigadores, que
este espacio de tiempo, por la transición de la independencia, constituye la
fuente más importante desde el cual deben estudiarse los fenómenos de la
violencia hasta nuestros días (Borja, 2015). Como para poner en contexto a los
lectores, en el
siglo XIX, se presentaron nueve (9) guerras civiles en lo que hoy es
Colombia: 1.-Guerra entre federalistas y centralistas desde 1812-1815, 2.-
guerra de los supremos entre 1839-1842 donde se dieron los orígenes del
bipartidismo dadas las facciones de protopartidos (facciones o clubes
políticos), 3.- guerra civil de 1851, 4.- guerra civil de 1854, 5.- guerra
magna de 1860-1862, 6.- guerra de las escuelas 1876-1877, 7.- guerra civil de
1884-1885, 8.- guerra civil de 1895 y 9.- la guerra de los mil días entre
1899-1902. Y, en el solo periodo referenciado, cuatro (4) de ellas. Todas estas
confrontaciones tenían unos detonantes (intereses, ideas, aspiraciones) que estaban
mediadas en el debate si debíamos contar con un modelo de organización estatal
de carácter federal o centralista, tal o cual modelo de desarrollo, tipo de
educación, con relaciones o no Estado-Iglesia-Partidos, principalmente.
Expresión, malestar, violencia o confrontación que se originaba en la prensa y
también en la tribuna, pasaba luego lentamente por los incipientes campos
militares y se anidaba, finalmente, en transformaciones o actos constitucionales
(Constitución), de acuerdo con los manifiestos de los vencedores en cada una de
esas guerras. Cómo no traer a colación el contexto del siglo XIX referente a la
formación y consolidación del partido liberal y conservador (1848 y 1849
respectivamente) que fueron los protagonistas de estos hechos, frente a lo que
se está viviendo (más bien padeciendo) actualmente en nuestro país, con su vergonzoso
rol y papel, desdibujados por completo de sus idearios y transitando con las
pocas migajas que tira el César. Sencillamente da estupor. Cuando se estudian
las diferentes constituciones impulsadas en el periodo indicado, la calidad y
protagonismo de sus dirigentes, las confrontaciones que fueron desarrolladas y el
espíritu de sus ideas promovidas en las regiones en su momento; se evidencia que
ya no está quedando nada de esos partidos o protopartidos por los que muchos
compatriotas perdieron la vida. Por supuesto, no se añora que regresen a impulsar
guerras. Ni más faltaba. Pero sí unos idearios acordes. En otras palabras, lo
que se pregonaba en antaño como deseo civilizador (con identidad) como
principio organizador de la república, no queda nada ni en el viento. En los liberales
se advierte que ese anhelo de continuar forjando soberanía del individuo, construir
ciudadanía y democracia ilustrada para estos tiempos modernos no está ni en las
cenizas. Peor aún, en los conservadores, el ideal del camino hacia la civilización
que se encontraba en la moral cristiana, en la ilustración y en el bienestar;
se esfumó como en tsunami. Las tensiones de ahora (por su puesto de no
violencia y guerra), giran o se aferran es la posibilidad de no perder algunos puestos
burocráticos que medio les oxigene. Pareciera que esas luchas por la reafirmación
del sujeto político, de nuestro sistema y régimen político, de federalismo o
centralismo (hoy descentralización o centralismo), modelo de desarrollo, entre
otros, quedaron atrás. Sin embargo, nuestro Estado-Nación aún no tiene mayoría
de edad. Sigue en formación. Y es cuando más deberían dar ejemplo y retornar
por su senda. Han pasado más de 170 años, y al parecer, lo que se muestra es
que retornaron a la condición de protopartidos.
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