Lunes, 07 Octubre 2013 00:00
Se cumplió el 2 de octubre en la catedral Santa Bárbara en Arauca; la eucaristía del 24 aniversario del asesinato de monseñor Jesús Emilio Jaramillo.
Aún, se mantiene o percibe desazón, tristeza y el recuerdo indeleble de este hecho, no sólo en la iglesia sino en todos los sectores de la sociedad araucana y, tal vez, mucho más allá de sus fronteras (país).
Se reiteró, una y otra vez, casi que como una oración, sus frases previas a este macabro episodio, quizás constituyeron una señal antes de su asesinato (tenía amenazas y advertencias), las cuales están grabadas en su lápida sepulcral (en la Catedral) y que son calificados como sus últimas recomendaciones pastorales: “La Pastoral llega a la cumbre cuando da la vida por los caminos (…). Aquí resuena la voz del más allá, la voz del inmolado cobardemente, la voz del que no se defendió, la voz del campesino inmenso, su sepulcro es un grito, ese grito condena la violencia y por esa voz debe llegarnos como un atisbo divino la Santa Paz”. “Yo quiero expresar aquí, en la presencia de Dios que me ha de juzgar muy pronto, los sentimientos de mi alma”.
“Quiero que la muerte realice, por fin, mi incorporación con Cristo y sea una reproducción de su dolor y una expiación de mis pecados y de los ajenos. Quiero a pesar de mi naturaleza frágil, divinizar mi agonía, mi miedo, uniéndome al terror del Cristo de la agonía. Sobre todo dejo constancia de mi fe en la resurrección de Cristo que me será participada por su misericordia. En mi pecho tengo la certeza de que me incorporé de nuevo un día después del tiempo y de la historia, después del olvido, de la soledad y la podredumbre. Entonces la inmortalidad vestirá mi mortalidad y la vida se absorberá en mi propia muerte. El grano de trigo podrido surgirá hecho colino de perenne verdor y el cuerpo tendrá la luz de las estrellas”.
Casi que en silencio y voz baja, los araucanos de bien, aún asumen este hecho como una causa de las desgracias ocurridas durante estos 24 años. También, los conmueve saber que antes de morir, no gritó pidiendo clemencia y no dio la espalda en el momento del tiro de gracia; pues estaba seguro de haber actuado correctamente. ¿Merecemos más?...
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