La crisis económica, los efectos del fenómeno de las pirámides, el desplazamiento forzado, el conflicto armado, la violencia infantil e intrafamiliar, las decepciones amorosas, el alcohol, las drogas, el cigarrillo - tabaco, los juegos de azar, la soledad (maternal, fraternal, heterosexual y de compañeros), el desempleo y las enfermedades, entre otros factores sociales, psicobiológicos y psicosociales están conduciendo a las personas a una autofragilidad y, por su puesto, a una debilidad que las sumerge en un estrés o depresión sin precedentes. No se requiere ser un psicólogo, psiquiatra o mago para entender que estamos en una sociedad que tiene serias dificultades en torno a la salud mental que le impide el cumplimiento de metas y la anhelada felicidad.
Es aquí, donde las personas buscan caminos alternos para salir de esta encrucijada, entre ellos el suicidio. Otros, por fin nos aferramos a la fe y esperanza, y buscamos alimento espiritual que nos proporcione el equilibrio entre las dificultades y la tranquilidad. En este proceso, para ejemplificar, hemos conocido personas cuya vida fue desordenada y llena de excesos y hoy se encuentran predicando el evangelio en una forma fundamentalista o con un marcado dogmatismo.
Sin embargo, quienes somos católicos y no hemos cambiado de religión o secta religiosa, a pesar de enfrentarnos a ciertas adversidades, esta “Semana Santa”, constituye los días de mayor reflexión y peregrinación en el entendido de darle gracias a Dios por todo lo que nos ha dado y por la renovación que nos ha concedido.
Estos días sagrados son para incrementar el diálogo afectivo con la familia, efectuar el balance de los principales principios éticos y morales practicados, identificar las virtudes de nuestros hijos y cónyuge, los compromisos con nuestra comunidad y, repensar cómo eliminar la brecha de desigualdad existente plasmada en lo que conocemos como pobreza y miseria. Quiere decir, que no le vamos a dar espacio a los placeres materiales o de recreación que sí pueden cumplirse en el resto de los 357 días del año y no necesariamente en la semana mayor.
Finalmente, he entendido después de varios tropiezos, que aún en las dificultades más adversas como las mencionadas, en estos días de profunda reflexión espiritual, sólo el cambio a buenos hábitos dirigidos a profundizar nuestra fe en un ser supremo, en ayudar al prójimo, el desarraigo de apariencias y del ego, en seguir visualizando el éxito y el triunfo con pensamientos positivos y acciones contundentes contribuirá para tomar un nuevo camino lleno de virtudes y oportunidades valiosas.
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