Estos maravillosos días en los que preparamos, participamos y vivimos la Novena de Navidad con nuestras familias, amigos y conocidos, la alegría para unos nos embarga y para otros se debilita.
Sin embargo, nos diferencia de ese momento, en que los Reyes Gaspar, Melchor y Baltazar proporcionaron en su visita incienso, oro y mirra con el fin de subsanar esas necesidades primarias de calor y protección para el recién nacido. Pero en la actualidad, no tenemos, ni tendremos la esperanza de que esos Reyes regresen, nos ayuden, protejan y se apiaden de nosotros dada la forma como vivimos, por lo que hacemos y lo que proyectamos para el futuro no sólo de nuestra generación sino de las próximas; la de nuestros hijos.
Por ello, quienes verdaderamente vivimos, sentimos y nos apropiamos de los mensajes de la Novena a conciencia, nos genera el deber y compromiso de encausarnos por el camino de la renovación, de la fe y la esperanza, y por lo tanto, de recibir a ese Niño Jesús que llega a nuestros corazones para cambiar el estilo de vida desordenada por los placeres materiales y enfocarla por la de la cooperación, colaboración y solidaridad por los más desprotegidos.
Constituyó una oportunidad más, para entender que debe primar la verdad, la sinceridad, humildad, confianza, paz y amor en cada uno de nosotros para que se refleje en nuestros familiares y en todas las personas con un espíritu renovado y libre que permita seguir enfrentando crisis y dificultades, pero con la presencia del Señor, como luz para el camino que debemos recorrer llenos de ese espíritu navideño y bondad durante todo el siguiente año. Para todos: “Feliz Navidad”.