Columna publicada el 5 de julio de 2023 en el Diario la Nación
El manejo inadecuado
de los recursos públicos ha sido una constante, al punto de convertirse en un
problema global o mundial. No es sólo del contexto nacional o local. Ni de
ahora. Es tan antiguo, como la misma existencia del ser humano (homo
-sapiens). Por ello, en la actualidad,
crece el deseo o anhelo de contar con herramientas jurídicas y desde la
economía del comportamiento para contrarrestarlo. Y, en contraposición, se
promueva una cultura de legalidad e integridad que conduzca a la recuperación
de la confianza ciudadana y el respeto por lo público, libre de actos de
corrupción y de los daños ocasionados por estos. Cómo no recordar las
propuestas de todos los candidatos de elección popular en los últimos 30 años
(en vigencia de la Constitución del 91) que han estado centradas en atacar el
flagelo de la corrupción, tanto en personas naturales como en personas
jurídicas y sucursales de sociedades extranjeras domiciliadas en el país. Como
también, las disposiciones legales emanadas, impulsadas y tramitadas por
quienes posteriormente fueron elegidos para gobernar (leyes, decretos, planes,
programas y políticas públicas). El esfuerzo ha sido descomunal para frenar el
problema, pero la innovación en quienes lo fomentan va a otras velocidades. En
ese sentido, el actual gobierno, no es la excepción en poner su sello propio
para efectos de impulsar los denominados programas de transparencia y ética
empresarial y pública bajo el alcance de lo señalado por la Ley 2195, del año
anterior. Con esta normativa, de alguna manera, tenemos un nuevo principio-debida
diligencia- que permitirá llevar a cabo el proceso indicado para identificar,
solicitar, obtener y realizar todo lo concerniente a la lucha contra la corrupción.
Se ordena, por ejemplo, a todos los establecimientos educativos (de todos los
niveles), fomentar en su proyecto educativo institucional; estrategias que conduzcan
a promover la participación ciudadana para asegurar la transparencia, la buena
gestión pública y el buen uso de los recursos desde el aula. Dichas estrategias
deben fundamentarse en los conceptos de sentido de lo público, transparencia y
cultura de la integridad y deben incluir aspectos relacionados con la
divulgación de los derechos y obligaciones de los ciudadanos, deberes las
autoridades en materia de participación y control de la gestión pública por
parte de la ciudadanía, así como los mecanismos de participación y control a
disposición de los ciudadanos y la manera de utilizarlos. La importancia, es de
tal magnitud, que se crea, hasta la figura del Contralor Estudiantil. Además,
del mandato claro a todas las entidades del orden nacional, departamental y
municipal, cualquiera que sea su régimen de contratación, para que implementen los
Programas de Transparencia y Ética Publica con el fin de promover la cultura de
la legalidad e identificar, medir, controlar y monitorear constantemente el
riesgo de corrupción en el desarrollo de su misionalidad. Tenemos esta y varias
tareas urgentes que se desprenden de esta ley. Revivamos la ética pública y
empresarial en esta campaña electoral.
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