Columna publicada el 29/05/2024 en el Diario la Nación
Quienes nos hemos detenido a
estudiar de manera cuidadosa y sin afanes o sesgos ideológicos lo que ha
significado el proceso de consolidación del Estado-Nación en el caso particular
de Colombia; pareciera que no salimos del círculo vicioso que emprendimos desde
el proceso independentista iniciado en los momentos previos y posteriores a
1810. El Acuerdo No. 28 sobre el desarrollo del proceso de participación de la
sociedad en la construcción de la paz (punto del Acuerdo 1 de México),
recientemente firmado por los integrantes de la mesa de diálogo con el ELN; es
como si volviera a traer las mismas aspiraciones que siempre se han debatido
desde las dos actas de confederación, como en las once constituciones
provinciales y luego en las 8 Constituciones posteriores a la de 1821. Aquí
vuelve y juega que las transformaciones están enfocadas en el régimen político,
modelo económico, política ambiental y educación y cultura. Es decir, para
lograr la paz, el tema fundamental a revisar, en este caso, lo es el régimen político
y el modelo económico, principalmente. Mejor dicho, refundar la patria. Desde
hace más de 200 años de vida republicana, estamos centrados en el modelo
político como detonador de los cambios. Si federalismo o centralismo. Y
oficialmente, desde 1848 y 1849 si conservadurismo o liberalismo. Sí mediación
de iglesia-Estado o no. Con líderes políticos (presidentes) direccionando
reformas para imponer los cambios. Siempre, faltando el centavo para el peso al
no sentirse incluidos todos, luego de las reformas o cambios constitucionales.
Por ello, la aparición de facciones tanto políticas como guerristas y ahora
disidencias o nuevos movimientos o partidos políticos. En todos esos procesos,
la misma historia. Con un factor común: guerras de por medio. Y después del
Frente Nacional, acuerdos de paz a la orden. Y nada de nada de pacificación.
Tiene razón en alertarse el país, con la firma de este Acuerdo 28, que propone
o plantea estas transformaciones porque no es poca monta lo previsto. Así lo
minimice el consejero Comisionado de Paz en cuanto que las “…las
transformaciones que se acuerden deberán pasar por el procedimiento que
establezca la Constitución o normas previstas. Que no implica cambiar la
Constitución si no que haya transformaciones en los territorios…” Será que ahora, con un presidente que no
logró en sus primeros dos años capitalizar un acuerdo nacional (o acuerdo sobre
lo fundamental) como lo vislumbraba Álvaro Gómez Hurtado, mediada por un amplio
activismo de todas las fuerzas vivas de la nación como en la séptima papeleta,
¿sí sea concluyente o incluyente? ¿por qué ahora sí contagiarnos de lograr unas
transformaciones con una participación prácticamente impuesta
(instrumentalizada), que pretende promoverse con el auspicio del gobierno bajo
la sombra de un proceso de paz con un grupo que no son angelitos de la caridad
o de la bondad ciudadana y que esta sí será la vencida? Líneas rojas a la
vista.
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