Columna publicada en el Diario la Nación el 7/02/2024
Patético, por no acudir a otro calificativo menos respetuoso, el llamado del representante Alejandro Toro, miembro del pacto histórico en cuanto que es necesario acudir ante la Corte Interamericana de Derecho Humanos, para denunciar o dar a conocer una posible ruptura institucional según el presidente de la república. Por favor. Quienes, por nuestra labor docente y formación académica en el área del derecho, desde la constitución del 91, esto definitivamente raya y da grima. Si algo aprendimos, es que la conducción del Estado recae en la persona del presidente. Que esta jefatura del Estado tiene una clara connotación simbólica y representativa, puesto que, en ella reposa la unidad del Estado, y su jefe, es quien lo representa en lo interno y en lo internacional como encarnación de su pueblo y vocero de un proyecto histórico como lo indicara Luis Carlos Sáchica (1992), en su texto: Nuevo Constitucionalismo Colombiano. Esto significa que en esa figura está la continuidad y unidad del sistema institucional y la articulación entre sociedad y Estado. Por ello, todos los poderes que tiene. Pero, desde luego con el claro entendimiento del artículo 113 de la Constitución Política, en cuanto que el poder es uno; se ejerce por medio de las ramas. Ramas que tienen funciones separadas, no poderes, y que se ejercitan en forma interdependiente, ya que están obligadas a colaborar, a trabajar en reciprocidad, para conseguir los fines globales del Estado, más allá de sus particulares competencias (se exceptúan aquí los entes autónomos, como el ministerio público). Tristeza profunda el escuchar y aguantarse a un presidente que vilipendia los anteriores fundamentos. Que lejos de convocar a una unidad nacional, lo que genera es una división abismal. Así no es. Si uno no le hubiese seguido los pasos como gobernante de la capital del país, tal vez se atrevería a decir que todo bien. Pero, no cambió en nada. Exactamente repite el mismo libreto. Como presidente, no debería, ni siquiera ocurrírsele en su cabeza, eso de una confrontación civil. ¡Por Dios!. Es necesario que se recuerde así mismo, que no gobierna para quienes votaron directamente por él. Sino para todo un pueblo colombiano. Que nos debería representar a todos, así estemos o no, por la misma línea ideológica. Todo esto está rebosando la copa. Estamos llegando a un punto de cansancio social y de hastío con su conducta. Refutar por todo, incluso, de agredir o de argumentar persecución o hasta defenestración de su gobierno. El pueblo es inteligente. Sabe las reglas de la democracia. Se han respetado. Se siguen respetando. Hay tradición democrática. Toca retomar el pensamiento de Carlos Nino hacia los 90s sobre la necesidad de la Constitución de la democracia deliberativa que este mediada por la discusión pública, pero con capacidad para ayudarnos a identificar decisiones imparciales y no sesgadas. Retomemos el sendero deliberativo, pero respetuoso del equilibrio de poderes.
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