Columna publicada el 01/02/2023 en el Diario la Nación
En estos
momentos de álgidos cuestionamientos sobre las posibles reformas o actuaciones
del gobierno encabezado por el presidente Petro, ponen de presente la urgencia
y necesidad de dar paso a un verdadero diálogo con todos los sectores de la
sociedad para que se logre un consenso nacional. O como lo concebía Álvaro
Gómez Hurtado: un acuerdo sobre lo fundamental. Tanto el gobierno, como quienes
se catalogan partidarios de la oposición y demás actores sociales y políticos
tienen que transitar por el camino del diálogo. El reto es construir consensos
y no anular al otro de manera directa o con amenaza del pueblo en la calle.
Todos los sectores deben volver a los postulados o enseñanzas de los diálogos o
mayéutica socrática. Es decir, a partir de los temas a reformar, con la debida
socialización y una comprensión lúcida por parte de todos los sectores, mediado
por un diálogo fluido, pero con un trato cortés y sensible por parte del
gobierno, donde se garantice que todos participen y argumenten sus opiniones y
todo se haya expresado plenamente; estará a la vista el consenso. Por el lado
del gobierno, no es conveniente que escoja selectivamente con quien interactuar.
Dejaría por fuera actores importantes. Tiempo le tomó construir y vender una
propuesta de cambio, por lo tanto, no la puede invalidar ahora que está en el
poder por la arrogancia de no escuchar. Al contrario. La apertura a los debates
con altura, tendrán que ser su máximo reconocimiento. Ese mismo ejercicio
adelantado en campaña y luego en la construcción del plan de desarrollo, deben
traducirse con unos mecanismos que hagan posible que la gran mayoría de
colombianos entienda lo que antes era discurso y meras propuestas o ideas
sueltas, en las reformas que se debatirán y harán posible. La participación es
necesaria y urgente. Escucharnos tiene que ser lo más importante. Ponernos en
los zapatos del otro, lo primordial. Es posible el diálogo y la concertación. Es
necesario escuchar las diferencias para llegar a un acuerdo final. La
universidad o la academia pueden ayudarnos en este propósito, pues marcaría la
distancia con relación a fundamentalismos o sesgos ideológicos. No perdamos de
vista que Colombia existe desde hace muchos años y cuenta con una
institucionalidad que se ha ido construyendo poco a poco y de manera sólida. No
todo lo que existe es malo. Tampoco podemos caer en que todas las ideas que
propone el gobierno sean para dividir. Mucho menos, la oposición puede pretender
negar todo lo que se proponga. Debe superar esa pobreza que hasta ahora ha
argumentado con unos liderazgos individuales. Si algo tenemos meridianamente
claro en la ciudadanía, es la urgencia de fomentar reformas que generen un
cambio profundo. No conviene esa insensatez. Si bien es cierto ante el congreso
no se han radicado los textos de reformas (porque aún en los ministerios trabajan
en ello), no indica que el debate se deba eliminar. El presidente no puede dar
por hecho que el pueblo lo avale todo en las calles. Por otro lado, la
ciudadanía diferente al pueblo, no se lo dejará pasar por alto. Si nos juntamos
todos, se generarán los espacios de cocreación. Esto es lo que importa. Lograr
unos encuentros, juntarnos en foros, debates, con información disponible que
aún hoy no tenemos. Construir el mapa para donde vamos. El debate tendrá que llegar
cuando ya estén radicados los textos. Aquí quedará en evidencia la responsabilidad
que tienen los legisladores de trascender con esos debates. Las reformas sí o
sí tienen que ser discutidas por la sociedad colombiana a fin de definir una visión
de país. El mayor anhelo es que estemos dispuestos al debate con todos los
sectores y contradictores políticos. Que se abran todos los espacios de
discusión y con toda la ciudadanía. Hay muchas preguntas de los ciudadanos que tienen
que ser resueltas ahora mismo. En ello me embarco.
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